Un viaje para recordar
Ha sido una gran experiencia. Acabamos de venir de estupendo recorrido por el desierto de Marruecos.
Hamid ha sido nuestro guía conductor, un guía estupendo y un gran conductor que supo mostrarnos los mejores rincones desde el Atlas al desierto y que supo dejarnos con la boca abierta a cada kilómetro recorrido.
El principio
La primera etapa es inenarrable: desde la llanura de Marrakech llegamos por sinuosas y a veces tortuosas carreteras hasta sobrepasar el puerto de Tichka, por estas fechas sin grandes cúmulos de nieve. Después de subidas, bajadas, giros a derecha e izquierda aparecen ante nuestros ojos numerosos valles festoneados de tierras de cultivo y pequeños ríos de aguas cristalinas.
Un respiro
La primera parada es la kasbah de Tolouet, a 20 kilómetros de la carretera principal por un camino rodeado de colinas verdosas. La kasbah no está cuidada, pero vale la pena admirar desde sus terrazas el paisaje. El interior tan descuidado como el exterior aún conserva trazas de los bellos techos decorados y sus amplios salones palaciegos.
Patrimonio de la Humanidad
La famosa kasbah de Ait-Ben Haddou, famosa por ser un lugar restaurado y protegido por la UNESCO.
Desde aquí nos dirigimos a Ouarzazate, cuidad conocida como La Ciudad Silenciosa, donde es digno de admirar las kasbah de Taourirt y Tifoultout.
Sabor a aventura
Después de un reparador descanso en Dar Chamaa comienza a olerse la aventura. Abandonamos la carretera para entrar en el Atlas por las pistas que salen desde Kelaâ M’Gouna.
Si nos pareció increíble Tichka aquí la adrenalina va a mil por hora, en un camino que a ratos se estrecha, se eleva, baja, se retuerce…
Ver desde las alturas el río Dades nos dejo sin palabras as, como los pueblos a su orilla, encajonados entre el curso fluvial y las faldas de las montañas.
De desierto y pastores…
Atravesamos el desierto de piedras y rocas talladas por el tiempo, entre rebaños de burros y cabras y aparecemos en Boumalme Dades, donde comienza la garganta del río Dades. Las figuras, que recuerdan figuras humanas, talladas por la erosión, se abaten sobre el curso del río, casi como a punto de despeñarse sobre él. La carretera serpentea y te alza hasta un punto desde el que se puede apreciar la garganta en toda su plenitud, con los picachos nevados del Atlas como fondo del escenario.
De repente Tinerhir
Después de un descanso , aparece la ciudad de Tinerhir, o se adivina ya que está sumergida en el palmeral que es tan grande que nuestros ojos no son capaces de abarcar.
El río Todra se asoma como una aparición tras un recodo, encajonado entre unas paredes verticales que se elevan con una majestuosidad impresionante. El curso del rió, que surge de un manantial, serpentea, frió y límpido hasta crear un gran oasis. Desde aquí enfilamos derechos hasta Erfoud podemos ver al fondo de la carretera y se presiente el desierto de dunas.
El desierto
Serpenteamos caminos que antaño recorría el rally Paris-Dakar nos llevan a las dunas, de un color rojizo tenue a esas horas de la tarde. Nuestro alojamiento está en un entorno privilegiado, «a pié de duna». Somos bienvenidos y bien recibidos. Las maletas son arrojadas en la habitación sin ningún reparo porque el desierto de Erg Chebbi nos espera con su arena caliente y densa. Subimos y bajamos dunas, a la orilla del albergue.
El amanecer
Antes de la salida del sol ascendemos a la terraza para ver salir el sol: no hay palabras, hay que verlo tal cual. Las dunas, sombrías hasta entonces, comienzan a dorarse. La atmósfera, helada de toda la noche, comienza a desprender un suave aroma .
El sonido
La siguiente visita es a un poblado de antiguos esclavos del África occidental que aun conservan los ritmos ancestrales. Al son de los panderos, las cuerdas africanas, los bailes y los monorrimos de la música se suceden mientras, sentados en el suelo, saboreamos un te muy especial. Mas adelante nos acercamos a la montaña de los fósiles.
Y tras el desierto pedregoso, como una aparición fantasmagórica aparece un enorme lago de agua semi-salada, Hassi Mezdanni, donde anidan flamencos y ánades.
El gran Sahara
Almorzamos deprisa porque un gusanillo recorre nuestro cuerpo: es la hora de internarse en el desierto tal y como lo entendemos los europeos. Los camellos nos esperan. Durante casi dos horas subimos y bajamos dunas, mirando hacia todos los lados, con la boca abierta, a veces no dando crédito a lo que estamos viendo: dunas de mas de trescientos metros, de vez en cuando un matojo verde que no sabes como es capaz de sobrevivir allí, pequeñas superficies de sal, todo un revoltijo de sombras.
Un alojamiento de mil estrellas
Por fin al fondo aparecen, por fin, las jamas, protegidas del norte por una esbelta duna tendida.
Mientras los camelleros se afanan preparando la cena, recorremos los alrededores, escrutando los mil y un rincones de este desierto que ya forma parte de nosotros.
El sol
El sol languidece, los camellos se acuestan y rumian lo comido por la mañana. Es la hora del manto de estrellas que se extienden como una bóveda infinita sobre nuestras cabezas. Y hacia el este, con el ocaso, aparece un brillante punto de luz rojiza que deviene en blanco destello, cuando la luna, ya elevada, nos permite ver perfectamente el terreno que pisamos.
Hace frío y la noche va cerrándose y es hora de dormir esperando nuevamente el alba.
El regreso
De nuevo la carretera se abre ante nosotros. A la derecha aparecen perfiladas las alturas de la Cordillera del Saghro, con riscos, colinas y cañones que asemejan caricaturas.
Se sortea de nuevo el Alto Atlas, esta vez ya de noche, y volvemos al multitudinario Marrakech.
Espero que ahora ya entiendas el porqué de la fama de Marruecos un destino único y cercano.
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